miércoles, 6 de junio de 2012

Toma de contacto

La explosión fue devastadora.

Decenas de soldados saltaron por los aires cuando la roca explosiva impactó apenas unos metros delante nuestra. Nuestra raza es dura, haría falta mucho más para causarnos alguna baja. Era una emboscada en toda regla que no podíamos evitar de ninguna forma si queríamos llegar a nuestro destino. ¿Quién dijo miedo? Al fin y al cabo, no hay mayor honor que caer en batalla junto a tus hermanos.

Ese fue el inicio de un ataque. Realmente no era un ataque muy planificado, y apenas constó de dos partes. Primero la roca explosiva, y después una carga en tromba frontal que no tenía mucha lógica. Claro que, no vamos a pedirles a los salvajes una estratégica labor en esta guerra.

A mi orden, todos se pusieron en posición.Apenas llevaba con ellos dos días y ya se habían dado cuenta de mis conocimientos y de que, si querían seguir vivos, lo mejor era hacerme caso. Mis soldados no eran más listos que una piedra, pero eran obedientes. Y eran muy buenos guerreros. Feroces. Imparables. Y no conocían el miedo.

Con un par de órdenes más, pudimos rodearlos. Quedamos en una situación en la que unos 80 enemigos estaban dentro de un círculo formado por nuestros 40 hombres en esa estrecha garganta. Inferioridad la nuestra, pero sólo numérica. Nosotros lo sabíamos, y nuestros enemigos lo sabían. Pude ver al que creí el cabecilla de ese ataque escabullirse en lo alto de la garganta. Seguramente iría a contar lo que había visto. Sé que quedaron sorprendidos de que una raza a la que creían tan tosca, les hubiese sorprendido así. Tiraron las armas a regañadientes. Querían que tuviese clemencia.

Era hasta gracioso que unos seres que desde hace tiempo masacraban a los míos, unos salvajes que me clavarían un puñal en la garganta en ese momento si tuviesen ocasión, me suplicaran compasión. Me suplicaran piedad...

¿Piedad? En su día nos sometieron, consiguieron reducirnos a... partículas de polvo, a escombros... nos dejaron siendo retales de una tribu que tocó fondo... una tribu clavada al muro de las razas menores, insignificantes.. que tuvo que quitarse a la fuerza esos clavos ensangrentados que sujetaban su amor propio y su confianza. Nuestra forma de vida fue totalmente enviada a un pozo sin fondo. De un día para otro, todo lo que habíamos construido durante siglos, no valía para nada si queríamos sobrevivir en esta guerra infernal.

Piedad. Una palabra que de tanto ser nombrada por bocas sucias, perdió su valor hace mucho tiempo. Los justos pueden usarla porque creen en ella. Los demás creen poder usarla, cuando no tienen derecho.

Mis soldados seguían apuntando al enemigo.
Me encontraba ante la primera gran decisión en un campo de batalla verdaderamente hostil. Esa decisión marcaría lo que quería ser desde ese momento en adelante. Cómo quería ser recordada. Cómo, a partir de ese momento, sería respetada por mis soldados. ¿Benevolente? ¿Implacable? ¿Cómo correrían las noticias? ¿Sería la compasiva o la ejecutora? Suspiré y les sonreí. Estaban aterrados. Temblaban.
Terminé riendo, contagiando a mis hombres. Esos salvajes también reían, presa del nerviosismo y el  miedo.

Envainé mi acero y antes de darme la vuelta para seguir mi camino, pude ver un gesto de alivio en las caras de esos salvajes. Nada más lejos de la realidad. ¿Que me importaba mi fama? La fama para los muertos.

- ¡Rabia y honor, soldados! ¡Ya saben que estamos aquí! - Les grité.


Matadlos.