martes, 20 de marzo de 2012

Todos dentro. Todos fuera.

Llevaba semanas algo ausente. No mejor ni peor en su trabajo, simplemente distinta.
Puede que en otra situación los problemas personales de alguien cercano a mí no me importasen, o no me debiesen importar, o simplemente no les diese la importancia que debería pero cuando se tata de uno de los mios con lo que hay en juego, me importan, y mucho.
Conozco a cada uno de mis hombres como si los hubiese parido. He sido uno con ellos, y a ninguno de ellos le pasa algo sin que yo me de cuenta de que ese algo sucede.

Yo sé mejor que nadie que nuestro trabajo es muy sacrificado. Te la juegas día sí y día también por gente que no conoces y que no te dará las gracias. Gente que jamás sabrá de tu existencia y que no te pondrá cara. Es más, muy poquitas veces nuestro trabajo se ve recompensado más que con una palmadita en la espalda. Realmente puede llegar a quemar, sí, pero así lo aceptamos en su día y, no nos vamos a engañar, así debe ser. ¿Duro? No. Es durísimo. Nadie sabe lo que hacemos. Ni siquiera quienes somos en realidad. Vivimos una mentira diaria que nos consume con demasiada rapidez.
Muchas veces no es lo de ahí fuera lo que acaba con nosotros, sino nuestra mente. Nosotros mismos.

Cuando acepté el cargo, juré que no perdería a nadie de mi equipo. En ninguna circunstancia. Todos dentro, todos fuera. Como jefe de escuadrón, mis compañeros ponen sus vidas en mis manos confiando ciegamente en que los llevaré de vuelta a casa con sus familias de una pieza. Jamás, y repito, jamás, he tenido que llevar una bandera a ningún familiar. No tenía ninguna intención de hacerlo, y sin saberlo, esta tarde iba a ser una de las más duras.

Cuando ayer me pidió cogerse hoy viernes el día libre, no sospeché nada. Llevamos una temporada de mucho estrés y no es raro que alguien me pida un día o dos para desconectar. Ella vive al lado de la playa y le gusta surfear, correr con el perro por el paseo marítimo o simplemente ir de compras. A todas las chicas les gusta ir de compras.

No sé si habrá sido el destino, un pálpito, corazonada o mi sexto sentido, lo que me ha llevado a hacerle una visita a su casa para ver si necesitaba algo. Hemos ido a un parque cercano y, sentados en la hierba con su perro Zulu, ha comenzado a explicármelo todo.

Hemos hablado durante horas. Nunca nadie se me había sincerado de una manera tan clara. Ha salido todo lo que llevaba dentro, desde lo más importante a lo más nimio, pero no por ello falto de valor.
Jamás me imaginaría que una chica como ella, tan entera, tan profesional y tan dura, pudiese romperse de esa manera. Parecía una chiquilla de quince años, nunca la había visto así. Ni yo ni nadie. Totalmente rota.

Bien es cierto que no soy psicólogo. De hecho no es que se me de muy bien aconsejar nada a nadie en situaciones así, pero por lo que sea, he debido apretar las teclas correctas. Que ella haya sacado todo lo que tenía dentro y se haya sincerado así, sin tapujos, debe haber sido lo que a mi me ha ayudado a enderezarla. Ciertamente ha sido muy duro escuchar todos sus argumentos, tan contundentes como un mazo de hierro, para cumplir lo que tenía previsto. Puede que a partir de hoy, ya no veamos las cosas de la misma manera.

Son las 23:14. Hace casi una hora que se ha marchado, y sigo moviendo entre mis dedos temblorosos la pieza metálica que ha encerrado con fuerza en mi puño mientras se le caían las lágrimas y me daba las gracias una y otra vez. Una pieza metálica que yo había visto fugazmente durante estos días en sus manos. Una bala de punta hueca.

La que iba a utilizar en su beretta para suicidarse esta misma noche.

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