sábado, 10 de marzo de 2012

Cenicienta

Realmente no era espectacular. No nos vamos a engañar.
Morena, algo más bajita que yo y delgada. Normal.
Tampoco llevaba una ropa peculiar o llamativa. Apariencia sencilla, se podría decir.

Como digo, no era una chica que si te la cruzas por la calle haga que te gires, pero llevaba un recogido en el pelo, cruzado con dos palitos negros estilo geisha, que era lo que sí la hacía destacar entre todos los demás borregos que esperábamos en la cola del tren pacientemente. Unos hablábamos por teléfono, otros hablaban entre ellos, algunas mujeres cacareaban de forma molesta y otros infraseres escuchaban música por el altavoz del móvil. Desgraciados. Ella jugueteaba con su mp3. Sin más. Quizás una entre mil. No para mí.

Hay que decir que no me sonaba haberla visto otras veces. O a lo mejor otros días no brillaba como hoy. No sé. Lo que si sé es que tenía que decirle que ese recogido le quedaba genial. Que estaba preciosa, sin buscar otros objetivos más que el simple hecho de comentárselo.

Simplemente quería decírselo para ser justo con ella. Para recompensar, aunque sólo fuese con unas simples palabras, que me aclarase el lluvioso y frío día.

Realmente tenía ganas de decírselo. Quería decírselo. Confiaba en que se bajase en la misma parada que yo para, ya que no pude hacerlo antes de subir, dedicarle unas palabras para, por unos momentos, hacerla sentir protagonista.

No ha podido ser. La he perdido de vista no sé cuando ni cómo.

A lo mejor dieron las doce, y tuvo que marcharse de mi cuento.

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