martes, 27 de diciembre de 2011

El cuadro

Siempre he tenido miedo a los payasos.
No recuerdo de donde me viene ese miedo o  trauma, no sé como llamarlo, pero desde que tengo uso de razón me han dado mucho miedo.

El día que mis abuelos trajeron aquel cuadro por navidad, quedé paralizado. Era un cuadro de un payaso. De la cara de un payaso más concretamente. Con una sonrisa burlona más que graciosa, sarcástica…

¿Lo peor de todo? Que era de esos cuadros en los que los ojos te miran y según pasas, el efecto óptico hace que los ojos te sigan mirando. Espeluznante.
Para mis padres era gracioso, para mi era muy inquietante. Y me daba miedo. Mucho.

Esta semana no he dormido muy bien, Me despierto por las noches varias veces con una sensación extraña, sin sobresaltos, como si me despertasen cuidadosamente. Realmente estaba tan cansado que volvía a dormirme a los pocos minutos.

Siempre he dormido con la puerta abierta, pero desde que mis abuelos nos hicieron ese regalo, no podía. Si dejaba la puerta abierta, vería el cuadro colgado en el pasillo y al payaso mirándome fijamente con su sonrisa burlona, así que dejaba la puerta casi cerrada, abierta solamente unos centímetros. No veía al payaso y la puerta aún seguía algo abierta, no era tan malo.

Acabo de despertarme, pero no como siempre. Me ha despertado el sonido de la puerta. Un ligero chirrido de las bisagras, producido porque la puerta se esta abriendo muy lentamente es el culpable. Como si la estuviese abriendo una dulce brisa, la puerta está dejando cada vez algo más de pasillo a la vista. No sé por qué pero me estoy poniendo muy nervioso.

La puerta está casi abierta y puedo ver el cuadro. La escasa luz que entra por la ventana del pasillo apenas me deja verlo con claridad, pero hay algo distinto. Entornando los ojos puedo verlo algo mejor, y pasados unos segundos en los que me acostumbro a la oscuridad, lo he visto. O mejor dicho, no lo he visto.

El payaso no está en el cuadro. En su lugar hay una casa, mi casa. En un principio tapada por la cara del payaso, y ahora visible.

Quiero llamar a mis padres, pero sólo me sale un escaso hilillo de voz. No puedo gritar, y tengo el cuerpo entumecido del miedo. Intento gritar con todas mis fuerzas y el sonido se hace algo más audible, pero insuficiente para que lo oyese nadie.

-         No te esfuerces. – Oigo una voz tras de mí – Ya no pueden oírte.

Siento como alguien, o algo, se acuesta a mi lado. Tengo miedo de los payasos.

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